Denominamos pulpa al tejido blando y nervioso que contiene los vasos sanguíneos que se halla en el interior del diente. Su misión es doble: por un lado nutre la pieza y la dentina y por el otro, como cualquier nervio, es el encargado de avisar al sistema nervioso de que ese lugar ha sufrido un daño.
En odontología, su inflamación es designada como pulpitis y se clasifica en cuatro categorías:
- Pulpitis reversible. Es de carácter leve y suele ser pasajera. Es una irritación o inflamación leve que permite que la pulpa vuelva por sí sola a su estado normal poco después. Puede deberse a cambios en el pH dental, la excesiva ingesta de ácidos o azúcares o la toma de alimentos muy fríos o muy calientes, agravadas con la aparición de recesiones en las encías que generan mayor sensibilidad dental.
- Pulpitis irreversible. La irritación es persistente causada por infección o caries dental que termina comprometiendo la pulpa dental. Se presenta de dos formas:
- Puede generar un cuadro agudo de inflamación pulpar o dolor de muelas que se agrava con los cambios de temperatura de los alimentos, al masticar o al acostarnos.
- En ocasiones evoluciona de forma crónica apareciendo una infección sin dolor previo de dientes. El nervio en vez de inflamarse ante la infección se necrosa y genera una infección en el hueso subyacente.
- Pulpitis traumática. Es la que se produce al sufrir un golpe en los dientes. Se presenta en dos formas:
- Luxación: el resultado del golpe genera un desplazamiento del diente por lo que se rompe la entrada del vaso sanguíneo que mantiene la vitalidad del diente. El resultado es la necrosis de la pulpa.
- Fractura dental: si la rotura es profunda y se expone el nervio este se contamina con las bacterias de la boca. Por ello es esencial en caso de un golpe acudir rápidamente a la consulta para proteger la zona expuesta evitando en lo posible la endodoncia.